Hasta que la muerte nos separe
Pedro y Pablo siempre habían estado estrechamente unidos, lo que no empece que tuvieran las pugnas, disputas, riñas, peleas que todo el mundo tiene, sobre todo cuando son niños, especialmente si son hermanos y mellizos para mayor escarnio. Sus contiendas nunca fueron por disputar la titularidad de las pocas propiedades que tenían, lo poco que tenían lo compartían. Con el tiempo, cuando empezaron a desprenderse de la adolescencia hasta compartieron las novias, si bien las simultaneadas fueron desechadas a la hora de evaluar su posible integración en el núcleo familiar. Ni sobre los juguetes, ni sobre las motocicletas, que antecedieron a los utilitarios que sus primeros sueldos les permitieron comprar, igual que los anteriores, no lograron que discutieran sobre su titularidad ni por quien los usaba. Y lo más asombroso, tampoco sobre sus smartphones consiguieron que disputaran sobre su pertenencia. Tampoco tuvieron que discutir sobre el orden jerárquico que deb