La última tormenta -III-



Después del rapapolvo de mi hijo al verme robar los relojes me dio la espalda sin esperar respuesta. Lo he seguido y me ha llevado hasta una pequeña habitación desde la que parte una escalera de caracol que desciende a una oscuridad de la que provienen una amalgama de olores enfrentados, aunque agradables si los comparamos con la pestilencia putrefacta de la vivienda o los corruptos hedores que dominan en la nuestra.
Se ha lanzado escaleras abajo, tan deprisa que se apagó su candela y estuvo a punto de caer. Se ha rehecho, ha vuelto a encenderla y ante mis ojos ha aparecido un pequeño aunque repleto almacén. A primera vista no pude saber cuál era el contenido, eran cajas de cartón marrón sin marcas. Mi hijo fue directamente a una abierta, ha sacado una lata de mediano tamaño, al parecer carne de ciervo, a juzgar por la fotografía de la faja. Me la muestra, en su rostro se aprecia alegría, no hay rastros del disgusto anterior. No es rencoroso.
¿Has devuelto los relojes?, me pregunta. Si, le miento. ¿Con estas tendremos bastantes? Ha introducido una decena de latas en el capazo. Coge también esto, le alargo un queso holandés.
Al volverme he visto una grafía que no esperaba encontrar allí… hay varias cajas de Moët Chandom, iba a decirle a mi hijo que cogiera una botella, pero prefiero evitar el sermón que me soltará sobre la necesidad de beber champagne, más tarde volveré solo.
Hay alimentos que ni siquiera conocía… no éramos precisamente unos clientes asiduos de nuestro vecino… todo era tan caro en su tienda…
Cuando hemos vuelto a casa, cargado con el candelabro, hemos podido mostrar a mi mujer y a su padre nuestro botín, mi mujer se ha alegrado al ver la comida, especialmente el queso. Mi suegro no ha dicho nada, o está peor o se lo hace. Al final no quedará más remedio que llevarlo a algún médico, pero es una estupidez, que por una hemorragia que se cura levantado la cabeza, nos arriesguemos a encuentros que pueden resultar fatales.
Hemos comido con ansia, como hacía tiempo que no lo hacíamos, es una pena que lo hayamos tenido que acompañar con esa agua tan asquerosa, debí haber subido una botella de Moët, pero habríamos tenido bronca, nadie más que yo sabe apreciar un buen caldo, en esta casa solo se bebe agua.
Después de comer he dicho que bajaba al piso del vecino a buscar más cirios para iluminarnos. Mi hijo me ha mirado con desconfianza, teme que vaya a por los relojes, no sabe que ya están en casa a buen recaudo.
Encontrar las candelas me ha costado poco, había visto otros dos candelabros cuando bajamos antes, he ido directamente a esa habitación que parecía un comedor de postín, he guardado diez cirios en la mochila, he estado mirando por aquella habitación, la plata rebosa en esta casa, bandejas, candelabros, cubiertos… plata por todas partes, oro no he visto más, lo que si he encontrado son otros candelabros con nueve candelas cada uno, las he guardado con las otras y como ya había cumplido mi misión he dirigido hacía el almacén de alimentos, pero al salir del comedor me ha parecido que uno delos cuadros estaba despegado de la pared… ¡eureka! He dado con lo que buscaba, al tocar el marco este se ha separado completamente de la pared pivotando sobre una bisagra, tras él una gran caja fuerte. Pero como era de esperar está cerrada y con la palanca no creo que pueda abrirla. He mirado tras todos los cuadros de la casa y no he encontrado nada más.
He bajado al almacén y he abierto una de las botellas de champagne, está caliente pero es delicioso, sobre todo después del agua que hemos tomado con la carne. He encontrado unas pequeñas latas de caviar, he abierto una y lo he comido como los gatos, me ha dado mucha sed y he acabado la botella, he buscado algún lugar donde esconder los envases vacíos, he visto un recoveco en el que había un pequeño contenedor para los desperdicios, al levantar la tapa he visto la esquina de un papel que asomaba por la parte trasera del contenedor, la curiosidad ha podido más que el asco: era un sobre que contenía siete secuencias de seis dígitos, algo se ha iluminado en mi mente:
¿Puede ser la combinación de la caja fuerte? ¿Pero por qué siete? ¿Será una para cada día de la semana?
Tendré que comprobarlo… pero me siento un poco mareado por lo necesitare urgentemente el baño. He llegado a tiempo, justo cuando la primera arcada me hacía devolver todo lo ingerido y en ese momento he oído llegar a mi hijo.
—Padre, padre ¿Dónde estás?
—Estoy en el baño, es que estoy descompuesto —le he mentido.
—Tienes la voz muy rara.
—Es que he devuelto ¿qué quieres? —Le he preguntado procurando que no notara mi embriaguez.
—El abuelo está peor y hay que llevarlo al médico —en su voz se notaba la impronta de la urgencia.
—Me pillas en un mal momento, no puedo levantarme de la taza, no sé qué me ha sentado mal pero no veo la forma de cortar esta descomposición, si el abuelo pudiera esperar un poco…
— ¿Estás muy mal padre?
El interés de mi hijo no es fingido ni protocolario, me ha hecho sentirme avergonzado de mi estado. Pero hay que ver la cara positiva de las cosas, la anormalidad que mi hijo había encontrado me disculpaba de tener que arriesgar el pellejo por una simple epistaxis. A mi hijo le es imposible identificar los síntomas que me aquejan porque nunca me ha visto borracho, hacía muchos años que deje de beber, que estúpido, con lo bueno que está, aun caliente.
—Hijo lo siento mucho, pero me encuentro fatal, no es que sea muy grave, solo que no puedo cortar esto y no hay forma de levantarme…
—No te preocupes papá, yo me encargare de acompañar al abuelo, tu cuídate, no vayas a ponerte como él —Desde que lo sorprendiera fumando era la primera vez que me llama papá.
—Gracias hijo, no sabes cómo te lo agradezco… me hubiera gustado acompañarlo, pero en este estado no puedo dar ni dos pasos sin…

Se ha ido y cuando me disponía a ir a comprobar las combinaciones ha vuelto, esta vez acompañado de mi mujer, me he metido perentoriamente en el baño.
El tono de mi hijo sonaba entrañable a través de la puerta, hasta casi se podría decir que cariñoso, la voz de mi mujer denotaba desconfianza, la misma suspicacia que me muestra desde que empezó todo esto y corregí sus dispendios, pero lo lastimero de mi voz y posiblemente el trato de mi hijo le han hecho sentir empatía hacia mi “quejumbroso” estado. Me han dicho que se iban los dos a acompañar a mi suegro, al parecer le resulta muy difícil caminar y lo tiene que hacer apoyado entre los dos.
Han salido, al poco he abandonado el aseo y me he dirigido sin demora a la habitación donde se encuentra la caja fuerte. Antes me he asomado a la ventana y he podido ver como se alejaba mi familia hacia el este, al paso que se desplazan tardaran años en llegar a cualquier sitio.
He apartado el cuadro y he buscado algún cirio más para iluminar mejor el disco de la combinación del arcón. He ido a la cocina, que aún no había visto, mientras busco las velar he encontrado galletas, no tengo hambre pero me irán bien para quitarme el mal sabor de boca que me ha quedado.
He encontrado velas y unas sencillas palmatorias, hay que ver que prevenido era nuestro vecino, ¡para lo que le sirvió!
He vuelto al salón he encendido tres velas, dispuestas en puntos estratégicos iluminan perfectamente el dial de la caja.
Pruebo, la primera combinación, resulta fallida, la repito por si el nerviosismo me ha hecho equivocarme… la puerta sigue sin poderse abrir, paso a la segunda la marco con sumo cuidado para que la rueda del dial no se desplace ni un solo espacio más de lo debido, siento en la yema de los dedos los clic que no es posible escuchar, introduzco el último número y pruebo con la palanca. Decepción. Tampoco se ha abierto, repito la operación con los mismos dígitos, el resultado se confirma. No quiero desesperarme, aún quedan cinco posibilidades.
Inicio la tercera combinación mucho más nervioso que la primera y como no podía ser de otra forma me equivoco en varias ocasiones. Giro el dial completamente a la izquierda y después a la derecha e inicio la introducción de las cifras, tenso como la cuerda de un violín, me vuelvo a equivocar, repito la maniobra de borrado y me aparto del arca, trato de relajarme, respiro hondo, me quedo mirando la cuartilla que contiene las combinaciones y pienso si la combinación correcta no será una mezcla de todas ellas, con eso me encontraría prácticamente como si no dispusiera del papel. Me pongo de nuevo frente a la caja pellizco el disco y con toda la serenidad de que soy capaz marco la tercera combinación, no he fallado en ninguna de sus cifras, pero sigue sin abrirse cuando la repito.
Me aparto de la caja, no es que esté más nervioso, es que tengo miedo de que en las siguientes tentativas obtenga el mismo resultado y quiero retrasar el momento de la decepción. Una decepción irracional, puesto que nada pierdo, pero los sueños no atienden a razones y ya me había visto…
Sin pensarlo me he encontrado en la cocina bebiendo un licor que me ha recordado los orujos de mi tierra, es de sabor herbal pero de una potencia alcohólica tremenda, casi inmediatamente he superado la crisis de pesimismo y he vuelto al receptáculo acompañado de la botella.
Antes de empezar con la cuarta combinación he degustado un par de largos tragos, me hará bien, he empezado con el ánimo renovado aunque menos certero, ahora son constantes los errores que cometo con el disco, pero he concluido la cuarta combinación… ¡La puerta se ha abierto!, También he oído abrirse la puerta de la calle…
Continuará...

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