¿Que menos puedo pedir?




—Aquí no acostumbraba a venir, yo era más del Sheraton, pero desde que cambiaron al chef y comenzó con su política de consumo sostenible, cuando comenzaron a facilitar a los comensales que se llevaran las sobras de sus propias comidas decidí no volver por allí.
Observó con atención el bocado que se llevaba a la boca, sus ojos brillaron de gula.
— ¡Qué horror! Te imaginas a un comensal vestido con esmoquin o con un vestido de noche y llevando una cajita con sobras en la mano, y cuando entra en la ópera, ¿Qué? ¿La deja en guardarropía? ¿O lo llevas al palco? Por si a mitad de representación te entra apetito. O peor todavía se le regala al chofer, como hacen algunos. Eso lo encuentro denigrante y de un clasista imperdonable, el chofer debe cenar en casa a la vuelta y de lo que haya sobrado de la cena del resto del servicio, ¿acaso el chofer es más que el resto del servicio para poder comer las sobras de un restaurante de postín y que los demás coman gachas?
El bocado que acaba de llevarse a la boca le ha hecho dejar los ojos en blanco, se perciben sus aires de gourmet.
— ¡Ellos se lo pierden! Descubrí que aquí en el Hilton seguían manteniendo la cocina tradicional, una carta mucho más variada y su intendencia mucho más seria y a las sobras, las siguen considerando residuos, y les daban el destino que les corresponde, el contenedor. Comer en el Hilton es para quien lo merece, ¿Qué menos puedo pedir? Me apetece probar esa langosta o aquel foie y que decir de aquellos esplendidos dulces.
Y siguió escarbando, sin perder de vista a los demás indigentes para que no se acercaran demasiado a su contenedor.


Alberto Giménez Prieto “Lumbre”

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