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Mostrando entradas de agosto, 2017

El día más feliz de mi vida

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—Quiero denunciar a la iglesia, a los curas, a las monjas, al Papa de Roma y a la madre que los parió. —Tranquilízate Fermín, ¿qué te ocurre? —Me ocurre que me he pasado la vida atormentado por unas mentiras. —Explícate. El rostro del anciano mostró un adelanto del alivio que le suponía contarme aquello que lo reconcomía, se arrellanó en el asiento, rompiendo la provisionalidad con que se había sentado, se humedeció los labios, miró un punto del techo, que no logré identificar, e inició el relato. —Contaba con siete años recién estrenados, estudiaba mi último año en las monjas, no se nos permitía más a los varones, la Primera Comunión era el hito delimitador y la tomaría al día siguiente. Hasta entonces siempre fui un crio alegre, despierto y espontaneo, quizá demasiado espontaneo en un sitio en que las sores se volcaban más en nuestra preparación para recibir el sacramento, que en que aprendiéramos las letras y los números, que era por lo que nos habían metido allí. Comprueb

El ocaso

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Lo vio llegar atravesando el pequeño jardín, estaba esperándolo apoyada en la jamba de la puerta tratando de intuir lo que le diría, pero ni el rostro de él, ni su modo de andar revelaban nada. Resultaba muy difícil conocer lo que pasaba por su mente, si él no quería y por lo general no lo deseaba, ella estaba acostumbrada después de los treinta años que compartían. Lo miró con toda la fijeza e intensidad de que fue capaz, tratando de atravesar su circunspección, pero su esfuerzo fue vano. Pensó que quizá fuera que temía encontrar la respuesta. Cuando llegó junto a ella, la besó, como siempre, tampoco de ese maquinal gesto le permitió extraer conclusión alguna. Estaba loca por saberlo, pero le daba pánico preguntarle, juntos se dirigieron al interior de la casa, él rutinariamente dejó la chaqueta en la percha, cogió el periódico, como siempre, y en pos de su mujer entró al salón donde les esperaban un televisor a medio volumen y un perezoso gato capado, que apenas abrió un ojo como

Déjâ vu

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Cuando paseaba mi aburrimiento por uno de esos locales en que se diluyen los bites en un barroco gin-tonic hortofrutícola, escuché a dos hípster que comentaban la historia que, a su vez, les contó un bloguero sobre un sencillo blog que, según decía, con el tiempo se convirtió en la comunidad virtual de mayor implantación en el planeta. El blog iniciático lo fundó un tal Jesús, hijo de un carpintero sin posibles, que durante la era corruptiva, se enfrentaba a corruptores y políticos y que estos tratando de defender el muladar del que comían revolvieron sus iras contra el blog usando de todas las armas de que disponían, persiguiéndolos a muerte con sicarios traídos de quien sabe donde. Al parecer aquel blog, en sus inicios, consiguió un montón de “megustas” y doce seguidores, mucho para aquella época, De los seguidores uno de ellos negó su vinculación con el blog en tres ocasiones, antes de erigirse en cabeza de la comunidad que había negado, la que se creó a raíz del blog y otro lo

Gafe

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La algazara que reinaba en el chigre cesó de inmediato cuando Félix entró, un movimiento espontaneo dejó libre la parte izquierda del mostrador de mármol, en algún tiempo blanco, los parroquianos, en silencio, se desplazaron al otro extremo del mármol, la parte dedicada a la venta de los pocos alimentos que se vendían allí, nadie permaneció junto al poyo en que Félix acomodó su cojera. —No hace falta tanto sitio, soy cojo… no gordo. Nadie le contestó, ni el tabernero, que le sirvió un vino y se retiró al rincón. Los parroquianos, que formaban un grupo en que todos hablaban y alguno escuchaba, formaban ahora varios grupos hablando por lo bajo, especialmente para un sitio como aquel. El único forastero preguntó a su acompañante: — ¿A que vino esa espantada? —Ye (es) Félix el gafe… —señalando al recién llegado. — ¿Gafe? ¿Jacinto, crees todavía en eso? —Emilio, tú también creerás cuando lo conozcas. —Todo eso son tonterías propias de la incultura y tú como maestro del pueblo… —Permitirme

El incidente

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La dulce melodía continuaba, nadie la seguía con sus pasos, la pista de baile estaba vacía, los asistentes parecían haber quedado congelados, pero poco a poco, lo que empezó siendo un inaudible murmullo fue in crescendo, hasta llegar a oscurecer el sonido de los instrumentos de cuerda. ¡Cómo se atrevía! Después de lo que había hecho. Era patético y además él la acompañaba. Los asistentes se fueron yendo, como si lo hubieran pactado, los músicos, sin nadie que le dijera nada, siguieron tocando y ellos dos pudieron bailar, aunque el embarazo de ella les impedía acoplar sus cuerpos como querrían. Alberto Giménez Prieto “Lumbre” Si te ha gustado este relato puedes leer nuevos y más extensos en su libro “Comprimidos para la memoria o recuerdos comprimidos” que puedes conseguir en Amazon ebook o tapa blanda Solo tienes que entrar aquí goo.gl/xjg2M9 También puedes leerlo gratuitamente en Kindleunlimited