El día más feliz de mi vida
—Quiero denunciar a la iglesia, a los curas, a las monjas, al Papa de Roma y a la madre que los parió. —Tranquilízate Fermín, ¿qué te ocurre? —Me ocurre que me he pasado la vida atormentado por unas mentiras. —Explícate. El rostro del anciano mostró un adelanto del alivio que le suponía contarme aquello que lo reconcomía, se arrellanó en el asiento, rompiendo la provisionalidad con que se había sentado, se humedeció los labios, miró un punto del techo, que no logré identificar, e inició el relato. —Contaba con siete años recién estrenados, estudiaba mi último año en las monjas, no se nos permitía más a los varones, la Primera Comunión era el hito delimitador y la tomaría al día siguiente. Hasta entonces siempre fui un crio alegre, despierto y espontaneo, quizá demasiado espontaneo en un sitio en que las sores se volcaban más en nuestra preparación para recibir el sacramento, que en que aprendiéramos las letras y los números, que era por lo que nos habían metido allí. Comprueb