Un cuento
Érase una vez un país en que todos sus políticos eran honestos, justos, dignos de la confianza depositada en ellos, eran rectos, de trayectorias intachables, justos, racionales aunque sensitivos, prudentes no obstante provistos de audacia, reflexivos pero diligentes, congruentes con los ideales expresados, apasionados pero ponderados, previsores pero sin dobleces, sentían empatía hacia sus administrados, solo prometían lo que pensaban cumplir, vivían únicamente de sus parcos salarios, nunca buscaban protagonismo, ni popularidad, eran entrañables, cordiales, sentimentales pero ecuánimes, ilusionados con sus objetivos, para cuya consecución nunca desmayaban, no se dejaban querer por los mercado, no prevaricaban, ni se veían envueltos en cohechos, jamás mentían, no se sometían a los dictados del capital, aunque este se designara como economía global, no aprovechaban sus cargos para hacer proselitismo, ni se veían inmersos en prácticas de clientelismo, eran vehementes en sus compromiso