Un agradable recuerdo



Él, atónito, la miraba sin que su rostro denotara ninguna de las emociones que se habrían despertado en su interior tras las palabras de ella. La escuchaba atentamente, solo se le oía a ella, aunque como fondo parecía oírse el ruido de las neuronas de él trabajando a todo vapor.
—Quiero que entiendas —insistía ella— que el deseo que me guía es en bien de ambos y para que no se malogre es preciso que guardemos un buen recuerdo de nuestra relación. ¿Lo comprendes? para mí siempre fue imprescindible guardar un buen recuerdo de las relaciones que he ido manteniendo, hemos estado juntos más de cinco años y esa no es una experiencia como para tirarla por el sumidero, debemos conservar el recuerdo de esa unión con sumo cariño, es uno de nuestros tesoros. Hay que velar por los recuerdos agradables.
Calló y se quedó mirándolo, esperando que él dijera algo al respecto, pero él permanecía silente, imperturbable, aunque parecía que en su rostro empezara a brotar un amago de escéptica sonrisa
—Ahora comienza para nosotros una nueva etapa —continuó ella—. La vida es así, he sido yo, como podías haber sido tu, quien encontrara una relación que más satisfactoria, ¿Qué vamos a hacerle? Las cosas vienen así, yo lo hubiera comprendido si me lo hubieras planteado tú. ¿Qué opinas?
—Creo que lo que pretendes es despedirte, no plantear un referéndum. Tú ya has decidido lo que vas a hacer y sobre eso no tengo derecho a opinar, opinaré o no sobre lo que me interesa hacer a mí.
— ¿Me tendrás al corriente?
— ¿Es necesario?
—Creo que aparte de un buen recuerdo deberíamos mantener una comunicación… fluida, para que el recuerdo no se deteriorase.
Mientras ella hablaba, la expresión de él, a pesar de la incipiente sonrisa, se había ido endureciendo, hasta límites, que de haberse fijado ella, la habría alarmado, pero la atención de ella revoloteaba entre las maletas situadas sobre la cama y la pantalla de su móvil, que aún descansaba sobre el sifonier de roble, sobre el que había colgada aquella fotografía de grandes dimensiones en que la sonrisa de ambos competía en luminosidad con una puesta de sol de estudio que había a us espaldas, era la fotografía que había presidido gran parte de su vida, especialmente la parte más íntima de ella, era la primera imagen con que se encontraban al despertar o al concluir sus encuentros sexuales. Era un regalo que ella le hizo a él al poco de empezar la convivencia: fue cuando paseaban por el centro de la ciudad henchidos por su recién estrenado amor, ella al pasar ante un conocido estudio fotográfico, inesperadamente, lo empujó dentro y plasmaron la felicidad que desbordaban sus rostros en una foto de unas dimensiones tales que hubieron de recurrir a medios ajenos para transportarla a su nido de amor.
— ¿Eso es todo lo que tienes que decirme?
—Estoy pensando que si lo que deseas es un buen recuerdo puedes llevarte esa monstruosa fotografía aunque creo que te podré ofrecer un mejor y más agradable recuerdo, uno de los que duran toda la vida.
Ella no comprendió lo que quería decirle, pero tampoco le preocupó demasiado no entenderlo estaba pendiente del poco tiempo que le quedaba hasta que llegara su nuevo amor a recogerla y las muchas cosas que aún tenía por preparar.

Él salió de la alcoba, sin mediar ni un reproche, casi sin que ella lo advirtiera y se dirigió a la única habitación de la casa que había conservado para su uso exclusivo: allí estaban todos los objetos relacionados con sus devociones, su emisora de radioaficionado, su banco de carpintero, sus discos de vinilo, los álbumes de equipos de futbol de su niñez… y su escopeta de caza. Abrió el armario de seguridad donde la guardaba, la sacó, desmontada como estaba, con mucho cuidado, se podría decir que con mimo la fue montando, comprobando al mismo tiempo su estado y limpieza, seguía igual que como la había guardado la última vez, hacía ya mucho tiempo, aun así retiró, con mucho cuidado, alguna mota de polvo, más imaginario que real, luego abrió el candado de una caja metálica que ocupaba la parte baja del armario, sacó distintas cajas de munición del 12, hasta que bajo todas ellas apareció una pequeña caja metálica, la abrió: contenía cuatro cartuchos, los observo con sumo cuidado, eligió dos de ellos, los limpió cuidadosamente con un trapo, cuando consideró que estaban todo lo limpios que podían estar los introdujo en la recamara de la escopeta, cerró esta, le paso el trapo por una imaginaria mancha en el guardamontes, miró a su alrededor, como comprobando que cada cosa permanecía en su sitio, cerró concienzudamente el armario del que había sacado el arma y con ella bajo el brazo volvió a la habitación en que la dejó preparando el equipaje.
Había terminado de preparar las tres grandes maletas, las había cerrado y estaban apiladas a los pies del lecho, en que tantos gozosos momentos habían disfrutado, estaba de espaldas a él y sin volverse le dijo:
—Me ayudaras a bajarlas ¿Verdad? Mañana o pasado volveré con ayuda para llevarme el resto de mis cosas.
Al volverse lo vio empuñando aquella horrible escopeta, palideció súbitamente, quiso decir algo, no pudo, se llevó las manos al rostro, tratando de protegérselo, trató de apartarse de él, retrocedió dando traspiés, tropezó con las maletas, cayó sobre la cama y sin poder apartar la mirada de aquellos dos negros agujeros.
— Te voy a complacer ¿Querías un recuerdo agradable? A ver si te sirve este…
Apoyó el cañón de la escopeta bajo su propia barbilla… los disparos lo llenaron todo… cuando el ruido se disipó pudo oírse el lastimero llanto de ella que no quería apartar la vista del rojo brochazo que atravesaba la fotografía, para no tener que ver el cuerpo tendido en el suelo.


Alberto Giménez Prieto “Lumbre”

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Comentarios

  1. Soy partidiario de la escritura positiva y me ha costado entrar en el relato. Conozco a Aberto; alguien muy positivo y me gustan los relatos de su autoría que he leído. Mi esfuerzo ha sido compensado por un anclaje de las bajas pasiones que nos llevan a una autodestrución. A evitar. Es el mensaje positivo. Alberto es un maestro,

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